La Segunda Parte del Tiempo Ordinario: tiempo propicio para asimilar los misterios celebrados.

La Iglesia retoma con solemnidad la segunda parte del Tiempo Ordinario, marcando así una nueva etapa dentro del calendario litúrgico. Esta fase comienza inmediatamente después de la Solemnidad de Pentecostés y se extiende hasta la hora nona del sábado anterior al I Domingo de Adviento.

El Tiempo Ordinario, también conocido como per annum, se divide en dos partes. La primera se desarrolla desde el lunes posterior a la fiesta del Bautismo del Señor hasta el martes anterior al Miércoles de Ceniza. Esta pausa es necesaria para dar paso a los tiempos fuertes de la Cuaresma, el Triduo Pascual y el Tiempo Pascual.

Al concluir Pentecostés, se reanuda el ritmo ordinario de la vida litúrgica. En este año litúrgico, retomamos la celebración desde la Semana X del Tiempo Ordinario. Esta disposición responde a una dinámica particular: el número total de semanas del Tiempo Ordinario varía entre 33 o 34, dependiendo del día en que haya comenzado el año litúrgico.

Cuando el año tiene 34 semanas, se continúa con la semana siguiente a aquella en la que se interrumpió el Tiempo Ordinario antes de Cuaresma. Por ejemplo, si el Miércoles de Ceniza cae en la V semana, al retomar tras Pentecostés, se sigue con la VI.

En cambio, si el año tiene 33 semanas, se omite una semana. En este caso, tras la pausa, no se retoma directamente la secuencia, sino que se salta la semana inmediatamente posterior a la última celebrada antes de la Cuaresma. Este es el caso del presente año: concluimos en la Semana VIII antes del Miércoles de Ceniza, omitimos la IX y retomamos ahora en la Semana X.

La cantidad de semanas del Tiempo Ordinario está determinada por el día de la semana en que comienza el año litúrgico: si el 1.º de enero cae en sábado, domingo o lunes, se contará con 34 semanas; en cambio, si inicia en martes, miércoles, jueves o viernes, el año litúrgico tendrá 33 semanas.

Este retorno al Tiempo Ordinario no implica una disminución en la intensidad de la vivencia cristiana. Al contrario, es el tiempo propicio para asimilar, en la cotidianidad, la riqueza de los misterios celebrados, dejando que el Evangelio transforme nuestros días en ofrenda viva, santa y agradable a Dios.

Foto e información de la cuenta Liturgia Papal

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